Con Diseño Divino

El Rey que dejó su trono

De la Palabra de Dios: “En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano” (Filipenses 2:7 NTV).

La música navideña ocupa un lugar especial en mi corazón. Quizá porque me trae recuerdos de la infancia, de mis abuelos, su casa, la iglesia en la que crecí y a la que, en aquel momento, tenía que ir a escondidas… una historia para otro momento. En fin, pensando en los himnos y villancicos de Navidad decidí que quería escribir artículos usando la letra de algunos como tema y por eso comienzo hoy con este que ha sido uno de mis favoritos siempre y que, como casi todo lo que aprendemos siendo niños, no se ha borrado de mi mente.

Tú dejaste tu trono y corona por mí

al venir a Belén a nacer.

Mas a ti no fue dado el entrar al mesón,

y en pesebre te hicieron nacer.

Cuando lo escribió, su autora Emily Elliott quiso hacer más claro el significado de la Navidad y el advenimiento de Jesús para los niños de la parroquia de su padre en Brighton, Inglaterra, en el siglo XIX. Y creo que no solo lo logró para los niños sino para nosotros también. Piensa cuántas cosas acerca de la primera Navidad se encierran en esa estrofa.

A nivel intelectual entendemos el hecho de que Jesús dejó su estatus celestial y vino a la tierra, pero ¿te has puesto a pensar en lo que implica? Demos alas a la imaginación por un momento.

Imagina que vives en un gran palacio, eres la reina y gozas de todos los privilegios que tu título te concede. Te rodea una belleza sin igual, todo evoca un aire de perfección. El oro y la plata son tan normales para ti como el aire que respiramos. No necesitas preocuparte por nada porque todas tus necesidades están cubiertas y con solo abrir la boca, alguien está presto a hacer realidad tus deseos… ¡qué maravilla!

Sin embargo, de pronto un día las cosas cambian y tienes que dejar todo eso a un lado. Ahora te toca vivir con gente común y corriente. Tendrás que comer lo que esté disponible, no más cenas gourmet ni platos hechos a pedir de boca. Tu ropero consiste en un par de vestidos sin color alguno, gastados y fuera de moda. Y, sobre todas las cosas, tienes que trabajar hasta el agotamiento. A la hora de dormir, nada de colchones cómodos, ni almohadones ni edredones de plumas. Una cama dura, en una habitación compartida. Te tocó dejar tu trono.

Eso fue lo que le sucedió a Jesús, pero a una escala mucho mayor. No creo que nuestra mente finita lo

pueda entender jamás. A un lado quedó su corona de oro, la próxima vez que llevara una corona sería de espinas, enterradas en su piel. No más vestiduras de lino fino, para nacer lo envolverían en pañales simples, nada de bordados en plata ni encajes preciosos. Para su llegada ni siquiera hubo un cuarto pequeño disponible en algún mesón del pueblo. Su primera habitación sería un establo maloliente. Por séquito real tendría unos pastores asombrados y curiosos; ovejas, quizá burros, algunos caballos, que no le pertenecían… simplemente él compartiría con ellos el espacio.

Además, nació en el lugar menos relevante, un pueblito pequeño sin fanfarria ni atracciones turísticas ninguna. Pero, de esa manera cumplió una profecía hecha siete siglos antes: Jesús nacería en Belén.

“Pero tú, oh Belén Efrata, eres solo una pequeña aldea entre todo el pueblo de Judá. No obstante, en mi nombre, saldrá de ti un gobernante para Israel, cuyos orígenes vienen desde la eternidad.” (Miqueas 5:2).

Todo eso lo vivió Cristo para que hoy podamos celebrar el evento más grande de la historia, Dios hecho hombre. Él dejó su trono y su corona por ti y por mí. Por eso celebramos la Navidad. ¿Y sabes? La realidad es que no importa el día del año. Lo importante es que Cristo nació, ¡cómo no festejarlo!

Quiero terminar con el coro del himno.

Ven a mi corazón, oh Cristo,

Pues en él hay lugar para ti.

¿Es esa tu realidad? ¿Realmente estás dando lugar a Cristo en tu corazón o no lo has hecho todavía? ¿Será que como aquella noche en Belén estamos dando lugar a muchas otras cosas y no queda espacio para Jesús? ¡Te invito a reflexionar en esta pregunta! Y quiero también exhortarte a que en medio de la Navidad no olvides que la celebración es justamente porque el Rey dejó su trono y corona por ti y por mí.

(Puedes leer más sobre el tema en “El corazón de la Navidad”, ahora disponible aquíen versión impresa por primera vez).

© 2019 Wendy Bello
Facebook
Twitter
visitar nuestro sitio web clic aquí