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La marca de Caín

De la Palabra de Dios: “Grande es su fidelidad; sus misericordias son nuevas cada mañana” (Lamentaciones 3:23, NTV).

Este año decidí que volvería a leer la Biblia completa, siguiendo el plan que es parte del libro de lecturas diarias que estoy usando (A los pies del Maestro, con extractos de lo mejor de Charles Spurgeon).  El plan comenzó por Mateo y ahora estoy en Génesis.

Fue en uno de los primeros capítulos que me encontré con este versículo que, si estás familiarizada con el texto, de seguro has leído antes:

«…Entonces el Señor le puso una marca a Caín como advertencia para cualquiera que intentara matarlo» (Génesis 4:15 NTV, cursivas de la autora).

A lo largo de la historia del cristianismo muchos han tratado de explicar cuál fue esa marca. Las posibles respuestas varían mucho, pero son pura especulación porque la Biblia no dice nada al respecto. No obstante, en lo que todos concuerdan es que sin dudas era algo distintivo y que de manera muy clara revelaba el mensaje: “¡Advertencia, intocable! Firmado, Dios”. Por supuesto, esto es dando alas a la imaginación, pero algo así era lo que transmitía dicha marca.

De modo que no pretendo con este artículo plantear algo que ni siquiera los eruditos bíblicos han podido discernir. Hoy quiero hacerte pensar en otro ángulo de “la marca de Caín”. Por si no recuerdas o no conoces la historia completa, puedes leerla haciendo clic aquí.

El resultado del terrible acto de Caín, asesinar a su hermano Abel, trajo el castigo de Dios. Fue expulsado de su entorno. Antes era agricultor, pero ahora la tierra le negaría el fruto a pesar de su esfuerzo (v. 12). Y, lo peor, también quedaba fuera de la presencia de Dios (v. 14). ¡No creo que haya castigo que supere esto último!

Abatido ante tal realidad, Caín sintió miedo, miedo de que alguien cobrara venganza. Y es entonces que Dios le pone la tan debatida marca. ¿Por qué lo hizo? ¡Por gracia y misericordia! Dios tuvo misericordia de Caín, él se merecía el castigo. Dios le mostró gracia a Caín, porque no merecía su protección. Fue por eso que puso en él aquella señal. Una señal de gracia y misericordia. ¿Lo habías pensado alguna vez?

No puedo recordar cuántas veces he leído este pasaje, ni los debates que he escuchado acerca de la marca de Caín, pero lo que sí recuerdo claramente es que nunca antes la había visto de esta manera. La marca de Caín es una marca de misericordia y de gracia.

Dios marca a los suyos. Lo ha hecho a lo largo de la historia. ¿Recuerdas la noche fatal en Egipto cuando murieron los primogénitos de la nación? ¡Pero no los de Israel! ¿Cómo se libraron? Con la marca de la sangre de un cordero sobre los dinteles de las puertas.

Los que hemos creído en Cristo llevamos su sello también, el Espíritu Santo, hasta el día de la redención (Efesios 4:30). Esa marca también fue adquirida mediante sangre, la del Cordero, la de Jesús. Y le dice al enemigo de nuestra alma “¡intocable!”.

Las tres marcas tienen algo en común: la gracia y misericordia de Dios. 

Mi querida lectora, aunque no la veamos, llevamos una marca que nos distingue, que nos separa y que debe recordarnos que nada de lo que tenemos y somos es por mérito propio. Sí, tal vez no hayamos matado a alguien, como lo hizo Caín, pero Dios lo dice claro: ¡todos hemos pecado y no tenemos derecho a participar de su gloria! SIN EMBARGO, por su gracia y misericordia, hemos encontrado salvación, esperanza, perdón, vida eterna. De no haber sido así, estaríamos como Caín, vagando y fuera de la presencia de Dios para siempre.

¿Sabes qué es todavía más asombroso? Que esa misericordia se renueva cada día para ti y para mí. La marca no se destiñe, no se borra y no depende de nosotras ni de nuestro comportamiento. Es la marca indeleble de Dios. ¡A Él sea la gloria!

Y, claro, no puedo dejar de preguntarte, ¿llevas la marca? Solo los que se arrepienten de sus pecados, claman a Dios por perdón mediante su hijo Jesús pueden tenerla. ¡Hoy tienes la oportunidad!

En una época de tatuajes y otras marcas, todas perecederas, ¡deja que Dios ponga la suya en ti!

Bendiciones,

Wendy

© 2019 Wendy Bello
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