Con Diseño Divino

La mujer que encontró más de lo que buscaba

De la Palabra de Dios:“…todos los que beban del agua que yo doy no tendrán sed jamás. Esa agua se convierte en un manantial que brota con frescura dentro” (Juan 4:14, NTV).

El sol abrazaba como siempre a la hora del mediodía, pero ese era el momento que ella podía aprovechar. No habría nadie allí, no tendría que soportar miradas inquisitivas ni cuestionadoras. Tampoco tendría que preocuparse por risitas escondidas ni ofensas dichas entre dientes… ¡o en voz alta! Sí, aunque el calor era casi insoportable y el camino agotador, este era su momento.

Cuál no sería su sorpresa cuando al llegar a su destino, encontró compañía. Un hombre, ¡y judío! Sintió deseos de regresar por donde vino, pero si lo hacía, pasaría todo un día sin agua. Así que avanzó y trató de ignorar su presencia… ¡pero no pudo! Aquel extraño ahora le pedía agua, ¡a ella!

No sabemos el nombre de esta ella de la Biblia, ha pasado a la historia como “la mujer samaritana”, “la mujer en el pozo” y su historia la puedes leer en el capítulo 4 del evangelio de Juan. Esta mujer llegó hasta ese lugar buscando satisfacer una necesidad básica, el agua, pero nada la había preparado para el encuentro que tendría y que revelaría ante sus ojos una necesidad mucho mayor, la de su alma.

Muchas veces a nosotras nos pasa lo mismo, andamos buscando satisfacer necesidades que creemos que una vez resueltas, estaremos bien; y no entendemos, como tampoco lo entendió al principio nuestra mujer de hoy, que lo único que realmente nos llena, no se puede palpar. Tampoco está a la  venta. No se consigue con ir a una universidad, ni con un matrimonio fructífero. No se logra con una hermosa familia ni una casa de revistas. Lo que realmente nos quita “la sed”, para siempre, es “un encuentro en el pozo” con Jesús, y no una vez, cada día.

Sabes, el encuentro de la samaritana le regaló una nueva perspectiva sobre su vida, al punto de dejar su cántaro, salir corriendo, e ir en busca de la gente para contarles. ¿Te has puesto a pensar en qué diferente debe haberse sentido cuando no le importó gritar a los cuatro vientos que este hombre sabía todo sobre ella? Es lógico pensar que la gente del pueblo no necesitaba que nadie le dijera, ellos la conocían bien, era “la de los muchos maridos”. Pero a ella no le importaba ya, la marca de su vergüenza se había quedado en el pozo, su conversación con Jesús le quitó los ojos de la necesidad de agua y la hizo entender que había algo mucho más grande que todos debemos buscar, y cuando lo encontramos, tenemos que compartirlo.

Básicamente lo que ella hizo fue compartir con otros lo que Jesús hizo por ella. Y eso mismo tenemos que hacer nosotras. Quizá creas que para hablar de Dios necesitas pasar muchas clases, tener conocimientos bíblicos profundos y dominar todos los términos teológicos. En realidad, no es tan complicado, Jesús mismo lo dijo, solo cuenta a otros lo que Dios ha hecho contigo. De eso se trata.

No sabemos qué pasó después, ni qué ocurrió con la vida de esta mujer. Pero quiero hacerte una pregunta, ¿está satisfecha tu sed? ¿O sigues buscando “agua” por todas partes? El primer encuentro con Jesús nos alivia la sed más profunda, la necesidad de salvación. Sin embargo, necesitamos regresar “al pozo” cada día. Necesitamos buscarlo diariamente para que con su agua nos refresque. Un  encuentro diario con Jesús nos da la perspectiva correcta, nos revela si hemos estamos corriendo tras metas equivocadas, nos inunda de la misma paz que debe haber recibido esta mujer al saber que no importaba su pasado, Dios podía recibirla con brazos abiertos.

Aunque anónima, esta ella de la Biblia nos regala dos lecciones que podemos atesorar. Regresar al pozo cada día, porque necesitamos encontrarnos a diario con Jesús. Y recordar que tenemos la responsabilidad de contar a otros lo que él hizo y hace en nuestra vida.

(Publicado originalmente en wendybello.com)

© 2019 Wendy Bello
Facebook
Twitter
visitar nuestro sitio web clic aquí