Con Diseño Divino

Mamá sana, familia sana

De la Palabra de Dios: “Entonces Jesús les dijo: ‘Vayamos solos a un lugar tranquilo para descansar un rato’. Lo dijo porque había tanta gente que iba y venía que Jesús y sus apóstoles no tenían tiempo ni para comer” (Marcos 6:31, NTV).

Cada maestro tiene su librito y cada mamá sus propios métodos. Pero una cosa se cumple de cualquier manera: una mamá siempre cansada es una mamá gruñona.  Y fíjate en que dije “siempre”, porque en realidad es un hecho que las mamás muchas veces nos sentimos cansadas. Especialmente cuando los niños son pequeños, las noches no se duermen bien, una personita depende de ti para comer, para dormir, para bañarse, para sentirse limpia, etc. Eso nos agota físicamente.

Pero esa etapa que acabo de describir es normalmente eso, una etapa, y pasa. El problema está cuando por distintas razones nos volvemos adictas a estar cansadas. Sí, nos parece que es algo inherente al título de madre y hasta lo ondeamos como bandera, aunque no se lo digamos a nadie: “¡Estoy extenuada, símbolo de que soy una madre extraordinaria!”

Ahora bien, no me malentiendas. Sé que cuando tenemos que trabajar, atender una casa, una familia, y a eso sumarle tal vez otras responsabilidades en la iglesia o la sociedad, es muy lógico que nos sintamos cansadas físicamente. Y hago un paréntesis para decir que admiro muchísimo a las mamás solteras porque carecen del apoyo de un esposo y tienen que enfrentarlo todo solas. ¡Eso sí que es agotador! Pero en muchos casos nuestro problema con el cansancio viene también porque no sabemos o no hacemos nada por cuidarnos.

Y regreso a mi afirmación del principio, cuando estamos cansadas nos volvemos gruñonas, perdemos muy fácilmente la paciencia y no disfrutamos la vida.

Te confieso que a mí no me gusta hacer ejercicios, pero sé que es algo en primer lugar necesario y en segundo muy bueno para no estar cansadas siempre. Cuando practicamos el ejercicio físico, hay mayor movimiento de sangre y por lo tanto de oxígeno. Eso produce bienestar, mejor enfoque y aunque parezca contradictorio, menos cansancio. De modo que aquellas de nosotros que somos menos deportivas, tenemos que intentar hacer algún tipo de ejercicio físico. Nuestro cuerpo y nuestra familia nos lo agradecerán.

Otro problema que tenemos las mamás es que no nos alimentamos bien. ¿Alguien me secunda? Es así. Nos preocupamos mucho por cuidar de nuestra familia, preparamos los almuerzos de nuestros hijos para que los lleven a la escuela y demás. Pero nosotras “comemos cualquier cosa”. Un día recogí a mi hijo de cinco años después de la escuela y le dije: “¡Tengo un hambre!” ¿Sabes que me contestó? “Mami, ¿otra vez no almorzaste?” (¡No por gusto dice Jesús que tenemos que ser como niños!) En realidad tenemos que priorizar el estar bien alimentadas porque un cuerpo mal alimentado es un cuerpo débil y mal preparado para luchar contra las enfermedades. Así que cuidemos nuestra dieta. No comamos “cualquier cosa”, ni tampoco saltemos los horarios de comida.

El último problema que quiero abordar es el tiempo. Cuando nos convertimos en mamá enseguida nos damos cuenta de que el tiempo ya no nos pertenece de la misma manera porque en el horario en que antes quizá te sentabas a leer, ahora estás cambiando pañales. O ya no puedes ir tanto de compras con amigas porque tienes proyectos escolares con los cuales ayudar, ropa por lavar, comidas que preparar, etc.

Sin embargo, necesitamos dejar un margen en el calendario para nosotras. ¡Y no sentirnos culpables por hacerlo! Un espacio en la semana donde puedas hacer algo que no implique tu tarea de mamá te ayudará a mantener mejor estado de ánimo, recargará tus baterías físicas y emocionales. Por supuesto, en toda nuestra administración del tiempo no olvidemos que cada día necesitamos una cita con Dios. ¡Esa es la más importante para que todo lo demás ocupe su lugar!

Amiga lectora, independientemente de en qué etapa de la vida te encuentres, eres responsable ante Dios de cuidar de tu cuerpo como un todo (incluyendo tu espíritu y tu alma) porque ese cuerpo te lo dio él y ahora también es su casa. Así como cuidamos de nuestros hijos y de nuestros esposos, aprendamos a cuidar de nosotras mismas y les estaremos dando a ellos lo mejor, una mamá y/o esposa sana y feliz.

¡Vivamos como Dios lo diseñó!

Wendy

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© 2017 Wendy Bello

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